Su padre, el que comparó a la niña con una botella de vino, tenía gran afición por la pintura, y, aunque tenía poco tiempo para pintar, en su casa no faltaban caballete, lienzos, paleta y tubos de óleo. La niña fue creciendo y no tardó demasiado en pasar de los plastidecores al pincel y al óleo, y le encantó.
Y
siguieron pasando los años y le siguió encantando, y descubrió que lo
que mejor se le daba en la vida, que ella supiera, era pintar.
Esa niña se convertió en una mujer, conoció a su principe azul y un día, después de buscar y buscar por muchos meses, de pronto dos rayitas en una cacharrito de la farmacia le indicaron que algo muy gordo se aproximaba (no sabía entonces hasta qué punto).
Y entonces fue cuando unió su gran afición con esa nueva persona que ahora era. Durante los nueve meses de "dulce" espera, pintó para su hijo la habitación que siempre había soñado tendría para él, llena de bosques y duendecillos, y se dio cuenta de que le encantaba esa nueva faceta artística, que le encantaban los motivos infantiles, las habitaciones infantiles, los duendes y hadas, y las caritas de los niños cuando veían a aquellos personajes mágicos en su habitación.
Y así fue como de golpe, en un minuto, nació una nueva vida maravillosa, llamada Mario, nació una nueva mujer que suplantó a la anterior, una mamá, a veces perdida, a veces inmensamente féliz, a veces desesperada...y nació una nueva forma de vida: cuadros infantiles Dimuri
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